Alimentos mejorados: La edición de genes en el limbo jurídico

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La edición del genoma (Crispr) abre aplicaciones en agricultura, como la mejora del perfil nutricional de frutas y verduras o la obtención de especies resistentes a plagas. Pero estas técnicas se enfrentan a incertidumbres derivadas de su “limbo” legal en la UE

Crispr

El debate sobre las técnicas de edición del genoma ha arrancado. / Pexels

La edición del genoma (Crispr) abre diversas aplicaciones en agricultura y ganadería, para mejorar el perfil nutricional de frutas o carnes u obtener especies mejor adaptadas y resistentes a enfermedades, por ejemplo. Pero estas técnicas se enfrentan a incertidumbres por su “limbo” jurídico.

Asociaciones ecologistas como Greenpeace piden que, cuando la UE regule, someta a este campo a las mismas precauciones que marca la normativa europea de transgénicos. Sin embargo, empresas biotecnológicas y de semillas instan a no detener estos avances científicos.

Para la Fundación Antama, la tecnología Crispr, descubierta por el microbiólogo español Francisco Mojica, se ha convertido “en una revolución”, al permitir editar o corregir una región del genoma de cualquier célula con una gran precisión y exactitud.

Pero, ¿permitiría el desarrollo de la genética impulsar la producción de una nueva generación de productos ricos en vitaminas, cultivos que soportan sequía y plagas o alimentos “nutracéuticos”?

El secretario general de la Asociación Nacional de Obtentores Vegetales (Anove), Antonio Villarroel, constata la incertidumbre que hay entre las empresas ante el vacío legal en España y en la UE. Villarroel reclama que no se aplique la directiva europea sobre transgénicos (2001/18) porque implicaría “carga burocrática” y “análisis de riesgos tremenda”, que haría inviable su desarrollo. “Se podría erosionar de una forma irreversible la competitividad del sector” y provocar una fuga de inversiones fuera de la UE.

La tecnología Crispr no introduce ADN exógeno al organismo y las modificaciones introducidas pueden darse también en la naturaleza de forma espontánea —solo que se aceleran en un laboratorio—, por lo que no se generan organismos transgénicos en ningún caso (OGM).

“Necesitamos un marco legal y claro”, añade el secretario general, que entiende que la Comisión Europea “tiene que mojarse” porque solo la tecnología —agrega— permitirá un uso eficiente de los recursos, preservar la naturaleza, producir alimentos sanos, seguros y a precios razonables, y adaptarse al cambio climático.

Para las empresas de semillas, poner trabas a la edición de genes en la UE sería un error, como lo fue —dicen— su política anti-OGM. Tras 20 años cultivándose transgénicos en todo el mundo, “todavía están por cumplirse las tragedias que algunos habían anunciado”

El científico José Miguel Mulet, doctor en bioquímica y en biología molecular de la Universidad de Valencia, considera que la UE es “exasperadamente lenta” y todavía “se está pensando” qué estrategia seguir con la tecnología de la edición de genes.

Pero EEUU tiene ya un marco legal que incentiva estos avances e incluso vende un champiñón Crispr que no ennegrece al ser cortado. Advierte que no existen métodos analíticos hoy para detectar si un producto se ha desarrollado con Crispr o no, por lo que no tendría sentido aplicarles una normativa restrictiva como a los transgénicos ni gastar millones en controles sin trascendencia.

Una reciente comunicación del abogado general de la Corte de Justicia de la UE apuntaba que los organismos obtenidos mediante técnicas Crispr deberían estar exentos de las obligaciones de la Directiva de OGMs, una posición que no zanja las incertidumbres.

La opinión en Europa no es la misma que en los años 90 cuando se declaró “fervientemente anti-transgénica” pero el investigador teme, como ocurrió con los OGM, que “pese a informes científicos favorables, las decisiones políticas decidan actuar en sentido contrario” e impide el desarrollo de las nuevas técnicas.

A la UE “le va a pillar con los pantalones bajados” —afirma— y llegará el momento en que se desarrollen tanto los productos Crispr, que alguien querrá importarlos y “no se sabrá qué norma aplicar”.

Critica que la UE “era una potencia en biotecnología agraria”, frenada después por las normas antitransgénicas, con la paradoja de que se prohíben en Europa pero se importan desde países como EEUU.

El responsable de agricultura en Greenpeace España, Luís Ferreirim, discrepa y pide que las tecnologías Crispr estén “bajo el mismo paraguas”, protocolos y evaluación de riesgos que los OGM.

Ferreirim indica que, aunque las herramientas de edición del genoma no implican —como ocurre con los transgénicos— introducir un gen ajeno al organismo, aun así entiende que se trata de un método de “modificación genética” y, por tanto, “puede tener efectos inesperados e impredecibles” para el medio ambiente o las personas.

Greenpeace defiende, por contra, la “biotecnología no invasiva”, basada en marcadores para resaltar ciertas características de las variedades vegetales, que “están dando resultados prometedores”.

El debate ha arrancado y las decisiones políticas marcarán la evolución de estas técnicas y el futuro de la ingeniería genética.