Artículo de opinión de Vicente Bordils, presidente del Comité de Gestión de Cítricos (CGC).
La EFSA desmiente un estudio auspiciado por el lobby sudafricano de grandes productores y exportadores de cítricos que llega a la conclusión de que el hongo que causa la ‘mancha negra’ se encuentra en la UE

Mancha negra de los Cítricos.
En los mercados citrícolas existe una guerra larvada, desconocida para la mayoría. Junto a los ‘tradicionales’ factores que distorsionan el negocio citrícola (ligados básicamente a los distintos tipos de competencia desleal) conviven otras disputas también hijas de la globalización del comercio, mucho más discretas, revestidas del aparente halo de rigor que otorga la ciencia pero que pueden llegar a convertirse en verdaderos actos de piratería. Me refiero a la cuestión fitosanitaria, a las cautelas que un sector como éste está legitimado a exigir a sus autoridades para protegerse de las plagas y enfermedades foráneas que pueden portar los frutos importados. Y en este plano, nuestro principal competidor mundial en contraestación, Sudáfrica, parece estar teniendo un papel protagonista.
De momento y por suerte, contamos con una entidad a la que poder pedir amparo, cuyos trabajos se han destacado por su rigor y objetividad y que por todo ello merece nuestro aplauso. La EFSA (European Food Safety Authority), ese eficiente centro ubicado en Parma (Italia) cuyos informes no vinculantes para la Comisión Europea (CE) se apoyan en la ciencia de verdad, la basada en lo empírico y constatable, ha logrado poner coto hasta el momento a tanto desmán. Más le valdría a Bruselas hacer caso a los planteamientos estrictamente científico-técnicos de la EFSA. Son, por cierto y desde hace lustros, esos mismos argumentos la base de lo que reivindicamos el conjunto del sector español y europeo en esta espinosa materia. Coincidimos pues con la ciencia, nos apoyamos en ella para defender un mayor control fitosanitario de las importaciones de países terceros y lo hacemos en demasiadas ocasiones enfrentándonos a lo que finalmente se regula desde la UE.
El último episodio de este culebrón de conflictos camuflados de disputas entre investigadores, diríamos que serios, se dio el pasado 29 de mayo cuando la revista Studies in mycology publicó un artículo titulado: ‘First report of Phyllosticta citricarpa and description of two new species, P. paracapitalensis and P. paracitricarpa, from citrus in Europe’. Les traduzco: un grupo de ocho ¿reputados? científicos decían haber descubierto por primera vez en la UE un ¿inocuo? patógeno vegetal, el que desarrolla una conocida enfermedad citrícola. Hablo del temido hongo comúnmente llamado ‘mancha negra’. Según postulaban en ese trabajo, la susodicha Phylosticta citricarpa podría llevar siglos, mucho tiempo al menos, acomodada entre los cítricos de la ribera norte del Mediterráneo pero habría sido incapaz de desarrollarse y generar las horrendas manchas en los frutos que los citricultores europeos quieren evitar y que tanto se repiten en las plantaciones de Sudáfrica. Aparentemente, era una buena noticia: sí, tenemos el patógeno pero nunca desarrollaremos la enfermedad. Pues no, a juzgar por lo dicho por la EFSA hay mucha intencionalidad y bien poca ciencia detrás de tal aserto.
Se ha embrutecido la disputa fitosanitaria y se ha retorcido la legalidad. Se ha dado un paso más y ya no es cuestión de interpretaciones o matices científicos más o menos fundados
Decir y comprobar tal cosa supondría refrendar la interpretación que en los últimos tiempos ha venido sosteniendo, y ya ponemos nombres y apellidos, la Citrus Growers Asociation of Southern Africa. Efectivamente, el lobby de grandes productores y exportadores de cítricos del cono sur africano ha venido financiando un serial de estudios que trataban de defender la inviabilidad de una posible adaptación de este patógeno al clima mediterráneo. Intentos que han obligado a la EFSA hasta en dos ocasiones a revisar tales investigaciones, a contrastarlas con las propias y las de terceros independientes para reiterar y alertar en sendos dictámenes que sí que existe un serio peligro de que la fruta importada pueda contaminar las explotaciones europeas. El objetivo nada oculto de tal afán científico ha sido manifiesto: pretenden tumbar la legislación comunitaria específica cuyo fin es minimizar tales riesgos de contagio para así ahorrarse los protocolos fitosanitarios que se imponen a sus envíos de cítricos a la UE. Medidas —en destino y en origen, con tratamientos fungicidas, certificaciones e inspecciones— que no han evitado que cada año la ‘mancha negra’ haya liderado el número de interceptaciones portuarias de cítricos en Europa y que las partidas de Sudáfrica encabecen —siempre— este particular ranking de envíos irregulares. Los dólares dedicados a financiar tales líneas de investigación, huelga decir, que son ridículos comparados con los costes reales que supone asumir los citados protocolos. El riesgo de eliminar tales controles y de traer la ‘mancha negra’ lo asumiríamos, eso sí, nosotros, los citricultores europeos.
Con el referido artículo, sin embargo, Sudáfrica podría haber dado un salto cualitativo más, del que Europa y su comunidad científica convendría que tomasen nota. Se ha embrutecido la disputa y se ha retorcido la legalidad. Ya no es cuestión de matices o de interpretaciones científicas más o menos fundadas.
Panel de 27 expertos
Los hechos descritos por el panel de 27 expertos internacionales de la EFSA abierto ‘ad hoc’ para contrastar el sorprendente hallazgo de estos científicos, hablan por sí mismos. En primera instancia, lo más evidente: dijeron que habían detectado el patógeno en Portugal, Malta, Italia y Grecia; la EFSA ordenó meses después de publicarse que los técnicos de tales países volvieran al lugar geolocalizado indicado y éstos no encontraron nada. Pero hay mucho más y casi todo es ‘sucio’, reprobable en lo deontológico.
¿Quién financió este costoso estudio que supuestamente permitió tomar muestras en las principales zonas citrícolas de Europa? Pues en el artículo en cuestión tal información no consta. Ayuda en la identificación sobre quién podría estar detrás, eso sí, el hecho de que tres de los ocho autores estén en nómina del Citrus Research International (CRI), que financia directamente la patronal de exportadores sudafricanos ya aludida. Resulta ilustrativo también que el coautor principal, Pedro W. Crous, sea de origen y formación académica sudafricana y que en el pasado haya colaborado en diversas ocasiones también con el CRI. Resulta llamativo que este mismo señor se erija en editor de la revista que lo publicó y que esta publicación no atienda al convencional criterio de revisión por pares con el que los científicos contrastan los artículos que merecen ser citados como tales. En lugar de ello, en su página web, elocuentemente se advierte de que esta labor corre a cargo del Westerdijk Fungal Biodiversity Institute. Y, ¿qué centro es éste?, pues el mismo instituto de Holanda —que es el principal cliente de los cítricos sudafricanos— del que proceden otros dos de los autores del polémico documento. La misma entidad que, por cierto y en el colmo de la coincidencia de intereses, también se encargó de certificar los positivos a este patógeno que la EFSA ahora ha desmentido. Y un último detalle, nada baladí, Pedro W. Crous es ‘casualmente’ el director de ese centro. Vamos, que no albergamos esperanza alguna de que, pese a la gravedad del error en el diagnóstico dado, se vaya a producir una retractación.
Hay más y casi todo censurable. Según constata la EFSA, los autores del artículo no informaron a las autoridades ni a los centros de investigación locales de su trabajo de campo. Supuestamente, se presentaron al lado del IVIA (en Moncada) o del IFAPA (en Córdoba) y nada se sabía allí sobre su actividad. Sin ninguna garantía sobre la cadena de custodia debida en la toma de muestras, llevaron el material recogido a Holanda y dijeron haber localizado un patógeno de declaración obligatoria que, sin embargo, no comunicaron oficialmente. Se fueron a buscar, no a plantaciones comerciales, sino a propiedades particulares, jardines, hoteles, al lado de piscinas… donde seguramente juzgaron que menos preguntas tendrían que responder. Todos los positivos determinados después en el laboratorio procedían de la hojarasca allí encontrada, no de material vegetal vivo (ramas, hojas o frutos de los árboles) donde técnicamente es más sencillo comprobar. Basar los resultados exclusivamente en muestras de hojas secas halladas en el suelo, donde perfectamente se podría haber dejado caer voluntariamente el material contaminado, convendrán conmigo, que induce a pensar mal.

Imágenes recogidas en el panel de la EFSA sobre el lugar donde estos científicos tomaron muestras. Como se comprobará, no hay ninguna plantación citrícola comercial y sí propiedades particulares, jardines, hoteles con piscinas…