Miguel Ángel del Amor: “Agricultores en extinción” (segunda parte)

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Miguel Ángel del Amor presenta la segunda y última parte de la historia de Ceres, Miguel y el sector agropecuario

La naturaleza es sabia, solo debemos observar, respetarla y no desesperar. / ARCHIVO

Miguel Ángel del Amor (*)

Pasaron los años y, tras multitud de vicisitudes, nuestros protagonistas formaron una familia en la que veían que, conforme sus hijos iban creciendo, estos se sentían altamente atraídos por la gran ciudad por lo que, resistiéndose al hecho de que pudieran marcharse y perder así todo aquello por lo que lucharon y tanto padecieron, deciden pasar a la acción.

Miguel promueve la unión de todos los vecinos agricultores y ganaderos estableciendo una pequeña cooperativa a la que la Administración ayudó en la compra de maquinaria para el procesado de nuevos productos. Ceres, que era experta en diseño digital, creó un mercadillo local en internet dando difusión a todos los productos de la zona y, además, promovió un foro de soluciones de innovación en el medio rural, algo que le gustaba hacer con su ordenador portátil bajo la sombra de un viejo y curioso árbol que la familia siempre mantuvo aun siendo frágil y algo esperpéntico.

Los padres de Ceres le narraban en innumerables ocasiones una entrañable historia en la que unían aquel árbol con la existencia de su hija, incluso ya en el lecho de muerte, su madre no cesaba en su último suspiro de suplicar que no desistiera y que mimara aquel árbol.

Veían que, conforme sus hijos iban creciendo, estos se sentían altamente atraídos por la gran ciudad por lo que, resistiéndose al hecho de que pudieran marcharse y perder todo por lo que lucharon, pasan a la acción

Aquella historia se remonta muchos años atrás. La tradición del pueblo promovía que en el día de San Isidro sus habitantes colgaran de las ramas de aquel árbol los zurrones, como muestra de respeto a la naturaleza y de admiración al santo labrador, convirtiéndose de este modo en lugar de especial tradición para la familia. Sus padres le narraban que allí fue donde sus manos se rozaron por primera vez al coincidir dejando sus zurrones en la última rama que quedaba libre, pero, sobre todo, aquel árbol era en el que su padre sorprendió a su madre colgando por sorpresa de aquella rama, un humilde y sencillo anillo con el que le pidió matrimonio.

Ese maltrecho árbol de algo más de 100 años, nacido de alguna semilla que alguien arrojó al suelo fruto de la casualidad, había superado varias sequías y multitud de incidencias climatológicas, produciendo unas naranjas de aspecto feo y color rojizo que solían ser la comida de los pájaros. Unas naranjas que, normalmente, pasaban desapercibidas hasta que Ceres, que usaba las redes sociales papa publicitar los productos de la explotación y visibilidad a la dura vida del agricultor, el día del aniversario de la boda de sus padres, colgó la foto de naranjas maduras procedentes de aquella rama y que, curiosamente, se habían adelantado al resto. Atrajo así el interés de un grupo de mejoradores varietales que rápidamente se trasladaron hasta allí.

Ceres (…) colgó en redes sociales la foto de naranjas maduras de aquella rama, de aspecto feo y color rojizo. Atrajo así el interés de un grupo de mejoradores varietales que rápidamente se trasladaron hasta allí

Mientras tanto, la pequeña cooperativa que a Miguel tanto tiempo le empleaba, comienza a innovar en el desarrollo de nuevos embalajes ecológicos para sus productos en los que aprovechaban los subproductos de las explotaciones consiguiendo, por tanto, mayores rentabilidades. La innovación también les lleva a implantar técnicas de bienestar animal en las granjas, dando lugar a una mayor calidad en las carnes que producían.

La incorporación de tecnología acometida por Ceres en las explotaciones se tradujo en una energía renovable de bajo costo, una mayor sensorización que derivó en una mayor eficiencia en el uso del agua y la optimización de los insumos, traduciéndose en un incremento en la producción y una mejora de la calidad y garantía sanitaria. Además, condujo a argumentar ante las administraciones que sus prácticas agrícolas eran totalmente compatibles con el medio ambiente generando, incluso, en alguno de los casos un beneficio claramente contrastado, por lo que llevó a los organismos competentes a replantearse las legislaciones tan restrictivas que habían impuesto, no dejándoles exentos de algún que otro recurso ya que, por primera vez, el sector agrícola del pueblo se encontraba con suficientes argumentos técnicos, de exquisito rigor, para debatir a los estamentos públicos.

Pronto aquel grupo de investigadores genetistas descubrieron que aquella rama había sufrido una mutación espontánea y se encontraban ante una nueva variedad de naranja roja extremadamente dulce y además temprana, dando lugar a la variedad “Miceres” en honor a sus padres.

La pequeña cooperativa impulsada por Miguel innova en el desarrollo de embalajes ecológicos aprovechando los subproductos de las explotaciones y consiguiendo, por tanto, mayores rentabilidades

Poco a poco, la unión en la producción de aquella exitosa variedad adaptada al cambio climático y a los suelos del pueblo, fue como una corriente de aire fresco que se expandió por la comarca. Un aire de esperanza e ilusión tal que favoreció incluso que aquellos jóvenes que pretendían salir de su población natal empezaran a replantearse que existían otras nuevas oportunidades allí mismo y que, de hecho, el mundo agropecuario era un sector con mucho potencial.

Ceres y Miguel deciden ceder a la comarca la variedad para que los mercados internacionales relacionen la producción de aquella maravillosa naranja, rica en antioxidantes y de increíble pulpa de color rojo, con la comarca, evitando así la venta de copias de otras procedencias y obteniendo con el paso del tiempo una “Denominación Geográfica Protegida”.

El eco del movimiento iniciado por Ceres y Miguel atrae a turistas que vienen a ver la extraña floración temprana del naranjo y su característico olor en toda la comarca, uniendo agricultura, paisaje y turismo, lo que provocó que también una empresa montara un call-center en el pueblo, ofreciendo una mayor calidad de vida para sus empleados. También apareció otra que desarrolló su primer robot para quitar las malas hierbas sin fitosanitarios y en cuya patente trabajaron tres jóvenes del pueblo.

Se expandió un aire de esperanza e ilusión tal que favoreció que los jóvenes empezaran a replantearse que existían oportunidades allí mismo y que, de hecho, el agropecuario era un sector con mucho potencial

Las administraciones empiezan a invertir en el pequeño pueblo construyendo una depuradora con una red separativa de captación de las aguas de lluvias, con lo que, gracias a ello y un pequeño embalse, podían salvar las sequías que tristemente seguían padeciendo. Además, Miguel se dio cuenta que con la mayor frecuencia de DANAS, el agua de escorrentía que circulaba por su finca podía ser captada y embalsada, con lo que, tras recibir una pequeña subvención, consiguió almacenar en la siguiente tormenta el equivalente al consumo de 1,5 años, evitando extraer agua del pozo, y, además, evitando arrastres que acababan afectando al cobertizo de los animales.

Y aquí acaba nuestra historia en la que, según cuentan los lugareños, del mimo de una familia que se aferraba a no extinguirse como agricultores a la tierra, aquel paupérrimo árbol devolvió con creces la resistencia que habían mostrado día a día, la bondad de su trabajo y la esperanza ante la desesperación, en forma de fruto.

La naturaleza es sabía, solo debemos observar, respetarla y no desesperar.

Ella nos devolverá con creces nuestro empeño. Otra cosa son los humanos.

¡Ánimo!

Puedes leer la primera parte de “Agricultores en extinción” AQUÍ.
Puedes leer la segunda parte de “Agricultores en extinción” AQUÍ.

(*) Ingeniero agrónomo

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