Los agricultores están al límite

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Todo tiene sus límites, la caja de resistencia de los agricultores está más que vacía y es por esto que han dicho basta

“Mientras un productor no no puedo vivir de su trabajo seguiremos con la dependencia exterior de un tema fundamental como es la alimentación.” / COAG

En reiteradas ocasiones hemos tenido ocasión, desde esta misma tribuna, de exponer el hecho cierto de las escasas rentas percibidas por los productores. Un hecho que por reiterado, parecía ya interiorizado y asumido, pues nunca pasaba nada. Pero como todo tiene sus límites, la caja de resistencia de los agricultores está más que vacía, siendo este el principal motivo por el que el campo ha salido a la calle. A la vista del calendario de convocatorias en las distintas comunidades autónomas, del modo cómo se están desarrollando los actos, así como de la repercusión mediática, parece que ahora sí que va todo en serio.

Ante lo que se está avecinando, en una primera oleada, se ha intentado buscar culpables más que soluciones. Que si el incremento del salario mínimo interprofesional, que si la gran distribución, la ausencia de precios mínimos garantizados o la venta directa aprovechando los circuitos cortos de comercialización, han sido los referentes de los comentarios en una sociedad plural, en la que opinar es uno de los derechos de una sociedad en democracia. Y a decir verdad, seguro que cada uno de ellos habrá tenido algo que ver, pero todos estos temas son más las consecuencias del contexto en el que se desenvuelve el campo. Más allá de todo lo dicho, lo cierto es que mientras un productor no pueda vivir dignamente de su trabajo, seguiremos con la España vaciada, ausencia de relevo generacional, con las consecuencias que se derivan del abandono, como es el impacto paisajístico y medioambiental, así como la dependencia exterior de un tema fundamental como es la alimentación.

Centrando el tiro, es un hecho que las rentas de los agricultores no dan para vivir dignamente, cuanto no suponen pérdidas. Problemas estructurales y de organización de los productores son algunos de los factores causantes de ello. Pero también es un hecho que el sector agroalimentario es uno de los puntales del comercio exterior español. De hecho, en campañas con bajos precios en el campo, se han publicado notas de prensa en las que algunas empresas informan de sus buenos números, motivo sin duda de lo que hay que alegrarse. No hay que olvidar que las exigencias en materia de producción y de seguridad alimentaria en el contexto europea son las mayores del planeta, y pese a ello, cuestiones decididas en contextos totalmente ajenos a nuestro sector, son elementos que también  explican la situación a la que hemos llegado, puesto que lamina nuestra competitividad revirtiendo finalmente en el agricultor.

Pero es que para todo somos diferentes. En cualquier actividad económica, se parte de una base, o de una materia prima, que tras un proceso, se le confiere un valor añadido, el cual supone un determinado valor de venta. A partir de ahí se inicia un proceso en el que el producto pasa por distintos agentes, cada uno de los cuales le añade alguna peculiaridad, sino ofrece un servicio determinado, que hace que el producto conforme sube en la cadena de comercialización sube su valor, y consecuentemente el precio demandado en el mercado. En el campo el proceso es totalmente al contrario en sus extremos, aunque igual en el desarrollo intermedio del proceso. En nuestro sector el precio se fija, no en origen, si no en destino, iniciándose un proceso descendente de descuento de costes, siendo el productor el que al final recoge lo que queda, si es que queda algo. 

Así, es un hecho que la gran distribución está cada vez más concentrada y organizada, lo cual no es un demérito, pues este hecho le confiere ventajas competitivas y poder beneficiarse de las economías de escala. La distribución cumple una función importante que es la poner a disposición de los consumidores los alimentos, aprovechando para ello las oportunidades que tiene a su alcance, entre ellas el escaso desarrollo organizativo del campo. Es por ello que no debe ser demonizada por la labor que realiza, pues es un elemento necesario para el desarrollo del sector. Pero también es cierto que debería ser motivo de análisis si “la guerra del céntimo” en la que están inmersas las distintas empresas, en su empeño de ofrecer un extraordinario producto, con una extraordinaria calidad, al precio más bajo posible, es la mejor de las estrategias. En un contexto donde se dice que el consumidor moderno busca otras sensaciones, seguro que existe un nicho importante de generar satisfacción en el momento de la compra que va más allá del céntimo.

En la otra parte de la cadena, la que en condiciones normales debería de iniciar el circuito, está la producción y el agricultor. Sobre el protagonista que da razón de ser al proceso recae el peso de todo el engranaje. De una parte soporta el creciente y continuo incremento de los factores de producción, entre los que se encuentra, como uno más de ellos, el incremento de los salarios. De otra, las continuas exigencias de todo tipo en múltiples materias, que nuestros competidores de países terceros no deben de cumplir. Es como si el peso de los anhelos de toda la sociedad recayeran sobre el productor, y solo sobre los de aquí. Todo con la exigencia de producir alimentos sanos, saludables, sostenibles, y con el mayor grado de seguridad alimentaria del mundo. Todo ese esfuerzo para luego ver como no se valoriza el producto en su valor real, siendo mayor la desazón cuando se observa que es motivo de las ofertas reclamo. 

Entre tanto, y por el medio de los extremos, una serie de actuaciones más menos necesarias para que el producto pueda llegar del campo a la mesa del consumidor, que en cualquier otro caso lo que harían sería incrementar el coste del producto, pero que en este caso lo que hace es disminuir la renta del productor, pues el valor en destino ya está fijado. Pero este sistema no aqueja solo a la cadena de distribución en España, y en eso tiene razón la gran distribución mentada en nuestro país, siendo verdad el argumento que solo se vende aquí el 7% de las frutas y hortalizas que producimos, siendo nuestro principal mercado la exportación. Tan solo hay que leer la noticia por la que la canciller alemana Angela Merkel ha hablado directamente con la distribución de su país. El motivo, el mismo que aquí. Cuestiones del mercado global.

Otro de los elementos a tener en cuenta es que la agricultura es el blanco de todas las políticas de todos los tipos. Ya sea el veto ruso, los aranceles de señor Trump, o las necesidad de conceder ventajas a los países en desarrollo, todas de un modo u otro siempre giran la cabeza a hacia la agricultura. Y es que el sector no tiene una capacidad de encaje hasta el infinito, como no lo tendría ningún otro sector económico, pero en nuestro caso parece que tenemos que estar obligados a la resignación, A fin de cuentas tenemos la PAC, dicen. Pues la PAC o políticas similares tienen todos los países del mundo, incluidos los Estados Unidos, la diferencia es que las decisiones políticas, las que no cuestan dinero a las arcas públicas, en unos sitios sí se adoptan, y en otros no.

Siguiendo con la PAC, justo ahora que se está negociando un nuevo periodo de actuación, se entiende como una oportunidad en estos momentos. Una de las críticas, no por reiterada deja de tener sentido, es que la PAC no dispone de medidas de gestión de crisis, eficaces, en aquellos momentos que le vienen mal dadas al agricultor. Siempre se ha pensado en Bruselas que las crisis en el campo era una cuestión efímera y volátil, pues tan solo había que esperar a la siguiente cosecha para ver si venía mejor que la anterior. Pero el escenario de malas rentas para el campo ya es un escenario continuado en el tiempo y ampliado a un buen abanico de productos. Un primer dato nos indica que la renta agraria española, en precios constantes, es decir, eliminando el factor derivado de la inflación, no ha podido superar los datos alcanzados en el año 2003, o que este mismo valor para el año 2019, es más de un 11% inferior a la renta agraria alcanzada en el año 1990. Y eso que las innovaciones técnicas han generado avances en la productividad en todo este tiempo.

El gobierno se encuentra en una encrucijada. En primer lugar la distribución y el peso que ejercen. Por otro, el miedo a los consumidores, a los que entiende que no se les puede subir el coste de los alimentos, por mínimo que sea. Eso sí, costes comparados con salarios que rayan los derechos humanos fuera de Europa, y cuyos productos en muchas ocasiones se enmascaran con los nuestros. Por otra parte los agricultores, con derecho a rentas dignas, y que además ejercen una labor única en cuestiones como el paisaje, el medio ambiente o la España vaciada, cuando no vacilada. Pero sobre todo, producen alimentos. Pero si unos lo son, los otros también son un volumen importante de votos, por lo que la solución al problema deberemos de afrontarla entre todos. 

 

(*) Presidente Frutas y Hortalizas Cooperatives Agro-alimentàries