Cirilo Arnandis: “Mejor, unidos”

Fernández Cuqui
Bayer cítricos control total
Diego Martínez
Nadorcott

El Presidente de Frutas y Hortalizas de Cooperatives Agro-Alimentàries, Cirilo Arnandis, opina sobre los retos a los que ha tenido que hacer frente el sector agroalimentario en los últimos años

La actividad agraria se desarrolla en un escenario cada vez más complejo en el que lograr la rentabilidad resulta complicado. / ARCHIVO

Cirilo Arnandis (*)

Si asociamos a Cicerón, personaje histórico, con la actividad agrícola, a todos nos viene a la mente la famosa frase que dice que “la agricultura es la profesión del sabio, la más adecuada al sencillo y la ocupación más digna para todo hombre”. Y es que además de la belleza del texto, no lo escribió cualquiera, pues es una afirmación atribuida a un político, escritor y orador romano considerado como uno de los más grandes retóricos y estilistas de la prosa en latín de la República romana. Asimismo, se trata de un autor reconocido universalmente, ya que se le considera responsable de la introducción de las más célebres escuelas filosóficas helenas en la intelectualidad republicana. De igual manera, Jenofonte, insigne historiador y filósofo de la antigua Grecia, entendía que “la agricultura, para un hombre honorable y de alto espíritu, es la mejor de todas las ocupaciones y arte por medio de las cuales un hombre puede procurarse el sustento”.

“Si la meteorología ya supone una carga de incertidumbre, los conflictos bélicos, guerras comerciales, el exceso de normativa —Pacto verde incluido—, las plagas y ausencia de tratamientos, cuando no la necesidad de adecuación de nuevas tecnologías en la actividad agraria, hacen que cada vez más, producir alimentos se esté convirtiendo en un reto, teniendo que superar para ello toda una cadena de obstáculos”

“El terremoto arancelario promovido por Donald Trump está sirviendo para que Europa despierte, entendiendo que el suministro de alimentos, entre otros temas sensibles, es merecedor de una atención especial, y que no podemos tener en ello dependencia del exterior”

Estos son dos de los múltiples ejemplos de referencia de personajes relevantes que, a lo largo de la historia, se han referido a la agricultura como una actividad noble, que ennoblece a quien la practica, y que genera un bien común en algo tan sensible como es eso de poder comer todos los días. A pesar de ello, coincidiremos que todo este halago queda en una vaporosa nube si no hay rentabilidad en la actividad, y es que eso cada vez se pone más difícil. Si la meteorología ya supone una carga de incertidumbre, el contexto geopolítico ayuda poco: conflictos bélicos, guerras comerciales, exceso de normativa —“Pacto verde” incluido—, plagas y ausencia de tratamientos, cuando no la necesidad de adecuación de nuevas tecnologías en la actividad agraria, hacen que cada vez más, producir alimentos se esté convirtiendo en un reto, teniendo que superar para ello toda una cadena de obstáculos. Como no hay mal que por bien no venga, el terremoto arancelario promovido por Donald Trump está sirviendo para que Europa despierte, entendiendo que el suministro de alimentos, entre otros temas sensibles, es merecedor de una atención especial, y que no podemos tener en ello dependencia del exterior. Es seguro que las protestas agrarias durante el año pasado en toda la Unión Europea también han servido de concienciación y llamada de atención en Bruselas.

Si analizamos cada uno de los retos, podemos ver como la guerra de Ucrania, o su primer capítulo como fue el caso de Crimea, ha conllevado una respuesta por parte de Bruselas en forma de sanciones para Rusia, cuya represalia ya fue en su día el cierre de acceso a su mercado de las frutas y hortalizas europeas. De otra parte, la tensión en el Mar Rojo supone que los mercados de oriente dejen de ser atractivos, no ya para nuestras exportaciones a países terceros, sino también para competidores directos de la zona, caso de los cítricos. De momento, hay que tocar madera con la situación del comercio citrícola de uno de nuestros principales competidores de la zona, Egipto, dado que el consumo interno y la demanda de parte de la industria de transformación, están evitando, de momento, una saturación del mercado europeo.

Las guerras nunca son buenas, pues hasta quien se cree vencedor en un conflicto, siempre suele pagar un alto coste. Es por ello que ni siquiera las guerras arancelarias son buenas y generan, en el mejor de los casos, daños colaterales. Y si no que se lo pregunten, entre otros, a los inversores de Wall Street o a alguno de los magnates del entorno Trump. No es nuestro sector de las frutas y hortalizas el más expuesto al mercado norteamericano pero, no obstante, sí que puede ser víctima de ciertas consecuencias colaterales. Los aranceles a las materias primas de los abonos generan un sobrecoste para los productores europeos ya que Europa es dependiente en este tema. Por otra parte, es fácil que, quien como consecuencia de esta guerra deba de abandonar el mercado de los Estados Unidos, opte por venir a Europa, mercado igualmente solvente, seguro jurídicamente y con equivalente poder adquisitivo. Es cierto que parece que esta guerra arancelaria va amainando, lo cual no quiere decir que otro tipo de problemas no puedan aparecer en el contexto del comercio global. De momento, Rusia y Estados Unidos son mercados que, por distintos motivos, están fuera de nuestro alcance.

Que la agricultura en general, y el sector de las frutas y hortalizas en particular, es uno de los ámbitos con más normativa no necesita de más aclaraciones. De hecho, uno de los objetivos de la futura PAC post 2027 es el de la simplificación. El Pacto verde, ahora redirigido desde Bruselas, ha supuesto un cinturón que ha apretado sólo a los productores europeos, y no a aquellos que desde países terceros también acceden al mercado comunitario. Y eso que la producción de alimentos de la Unión Europea es de las más seguras y respetuosas con el entorno, ya antes del Pacto Verde. Por otra parte, la gestión de las ayudas dirigidas, especialmente a los productores comunitarios, además de enrevesadas, suponen un alto grado de complejidad y de control por parte de los Gobiernos nacionales y las instancias comunitarias.

Cada vez tenemos más plagas en nuestras explotaciones procedentes de países terceros, y ante esta situación habrá que preguntarse por qué ocurre esto y qué responsabilidad tienen en ello aquellos cuyo cometido es realizar los controles oportunos para que esto no ocurra. Además, la política comunitaria, y desde el respeto a la política comercial de las empresas de fitosanitarios en un mercado libre, trae como consecuencia que cada vez hay menos armas para defendernos. Ha tenido que ser el nuevo Comisario de Agricultura de la Unión Europea, quien ha tenido que manifestar que la política de Bruselas debe ir dirigida a promover escenarios con menos productos fitosanitarios, pero siempre que existan alternativas para tratar las plagas existentes. Y es que el resultado de este empecinamiento en la anterior legislatura comunitaria no ha sido otro que huertos sin producción, o peor aún, sin solución ante la ausencia de materias activas eficaces. Y si eso ocurre con plagas, que no nos podrá pasar si llegara alguna enfermedad todavía incurable, como está ocurriendo en Brasil o ha ocurrido en Florida.

Que la agricultura necesita cada vez de más conocimientos, y que está cada vez más tecnificada, es una cuestión que queda bien a las claras. Las grandes empresas y los fondos de inversión que cada vez proliferan más en nuestro mundo rural disponen de liquidez para realizar estas inversiones, además de poder generar economías de escala que hacen rentable este tipo de inversiones. Ya no sólo es necesaria la conexión a internet, pues la inteligencia artificial, la gestión de datos, los drones o los satélites son instrumentos que cada vez más se van a introducir en el mundo rural, y en especial en nuestra agricultura. Es cierto que se podrá seguir cultivando sin estas herramientas, pero también es cierto que sin ellas se será menos competitivo al incurrir en mayores costes.

A la vista de lo expuesto, es muy interesante analizar los datos obtenidos de la encuesta realizada en el marco del proyecto Europe Talks Farming, nacido con el objetivo de tomar el pulso al movimiento y sondear la opinión de los agricultores de la UE. Lo más significativo es que el agrario es un colectivo que se siente orgulloso, pero también poco respetado y reconocido. En este sentido, los agricultores se sienten perjudicados por los cambios sociales, pero pese a las dificultades, una mayoría animaría a sus hijos a trabajar en el campo. A la hora de identificar sus principales problemas, las personas encuestadas hablan de los bajos precios, altos costes y excesiva burocracia. Es significativo que las instituciones y los políticos son percibidos como principales responsables de sus problemas. No en vano, las personas encuestadas han señalado que se consideran un colectivo mal representado, dando un suspenso de las instituciones en su labor de defensa de los intereses del campo, mientras que sí aprueban a sus asociaciones. En otro orden de cosas, es importante que sólo un 3% de agricultores y ganaderos niega la existencia del cambio climático, siendo la preocupación por el deterioro del medioambiente aún mayor. La existencia de menos burocracia y de más ayudas económicas y acompañamiento son las principales necesidades señaladas para afrontar la transición verde. Finalmente, y a modo de conclusión, seis de cada diez se muestran optimistas en cuanto a la continuidad de su explotación. 

“Quien quiera dedicarse a la agricultura actualmente debe desarrollar su actividad en un escenario complejo. Un sector en el que se posicionan como actores importantes aquellos que poseen una cierta dimensión, aplican nuevas tecnologías, y aprovechan las ventajas competitivas que le generan las economías de escala”

Es en este escenario tan complejo en el que quien quiera dedicarse a la agricultura debe desarrollar su actividad. Un sector en el que se posicionan como actores importantes aquellos que poseen una cierta dimensión, aplican nuevas tecnologías, y aprovechan las ventajas competitivas que le generan las economías de escala. Bajo este planteamiento, el agricultor tradicional está siendo muchas veces superado por los acontecimientos, por lo que la incorporación a una cooperativa —como ejemplo más transparente de lo que es una organización de productores—, pasa a ser más que una opción una necesidad, que da cabida y apoya a cualquier tipología de empresario agrícola. De no ser así, habrá que darle la razón a Benito Pérez Galdós cuando decía en su tiempo que “el agricultor es un santo condenado y un guerrero sin gloria”. Trabajemos para que esta sentencia no tenga validez en nuestros tiempos.

(*) Presidente de Frutas y Hortalizas de Cooperatives Agro-Alimentàries

Acceso al artículo de opinión en la página 4 del ejemplar de Valencia Fruits. 

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