“Comer es un acto político”

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El científico y profesor de agroecología, Miguel Altieri, atribuye a los consumidores un gran papel para lograr la transición hacia la agroecología

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El científico y profesor de agroecología en la Universidad de California-Berkeley, Miguel Altieri.

El científico y profesor de agroecología en la Universidad de California-Berkeley, Miguel Altieri, asegura que “comer es un acto político” y atribuye a los consumidores un gran papel para lograr la transición hacia una agricultura basada en principios agroecológicos.

El también ingeniero agrónomo y entomólogo considera que a través de la elección de alimentos se contribuye a mantener una agricultura industrial insostenible, y cita como ejemplo elecciones como elegir comida rápida y productos con un alto coste medioambiental y social o adquirir alimentos locales de producción agroecológica.

La agroecología es una disciplina científica, un conjunto de prácticas y un movimiento social enfocados a una producción agrícola más sostenible y ecológica, que también busca la equidad y la justicia social para alcanzar la soberanía y la seguridad alimentaria.

“Los consumidores tienen que entender que la agricultura (agroecológica) no sólo produce comida sana, sino también otros servicios sociales, ecológicos, culturales…”, que ayudan a mantener la gastronomía local y las tradiciones, y a preservar los recursos naturales, afirma.

Según el experto, la agroecología trata de transformar el sistema alimentario, “de democratizarlo”, porque tan importante es que la producción sea “sana”, como que sea asequible, sobre todo para los más vulnerables; a su juicio, esta transformación influye en la sociedad y se crean “alianzas solidarias entre productores y consumidores”.

Además, esta disciplina plantea la transformación de los sistemas alimentarios globales a locales, en los que los circuitos entre producción y consumo se acortan (minimiza la huella de carbono) en el ámbito rural y en las ciudades (agricultura urbana).

En este sentido, para 2030 se prevé —de acuerdo a sus datos— que el 80% de la humanidad viva en ciudades y “una ciudad de 10 millones de habitantes tendrá que importar unas 6.000 toneladas de alimentos al día, una tremenda huella ecológica, y eso no es sostenible y no se puede mantener a futuro”.

Por ello, apuesta por la agricultura familiar, ya que con apenas el 20% de las tierras produce el 70% de los alimentos que se consumen, “sin la participación de los pequeños agricultores el mundo no tendría comida”.

Según Altieri, la agricultura industrial sólo produce el 30% restante de alimentos, “más interesados en producir biomasa”, pero en el 80% restante de la tierra. Insiste en que se trata de una producción “insostenible”, porque también usa el 80% del agua, el 80% de los combustibles fósiles, consume 4.000 millones de kilos de ingredientes activos de pesticidas que “se inyectan en la biosfera, y es responsable del 40% de los gases de efecto invernadero”.

Las prácticas agroecológicas, remarca, no utilizan insumos, ni siquiera orgánicos, ya que apuesta por la fertilización o la lucha de plagas vía diversidad de cultivos en una misma finca. Y pone como ejemplo de que las prácticas agroecológicas ayudan al enfriamiento del planeta estudios que muestran —en Sao Paolo (Brasil)— que la agricultura familiar cultivada en el entorno de los pueblos los mantiene más fríos frente a los que están rodeados del monocultivo de la caña de azúcar, que llegan a registrar hasta 10 grados más.

En todo caso, advierte, la agroecología no es una herramienta para “reverdecer” la agricultura industrial, sino una alternativa al actual modelo intensivo y cita la postura de la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (Socla) de que “es una alternativa radical a la revolución verde” y ha demostrado que se “pueden diseñar sistemas que no necesitan de transgénicos, agrotóxicos y no sujetos a derechos internacionales de propiedad”.