Este 8 de marzo, en Valencia Fruits, damos voz a todas aquellas mujeres que, con trabajo y dedicación, han demostrado con creces su valía en el sector agroalimentario
Valencia Fruits. Redacción.
El paso de los años ha puesto en evidencia que el mundo, también en nuestro sector, no puede prescindir del 50% de su talento. El papel de la mujer salió de los clichés y costumbres que la mantenían asociada únicamente a las labores familiares con algunas pocas salidas laborales socialmente aceptadas. Normalmente en puestos de escasa cualificación y bajo salario.
Los movimientos feministas y la evidencia de que no se podía relegar al 50% del potencial por razones de sexo nos ayudaron a evolucionar hacia algo que se ha convertido, más que en un objetivo, en una necesidad: la igualdad.
Ciertamente, quienes nacimos aún en el siglo pasado, pero en su última parte, ya no vivimos discriminaciones que impedían a la mujer, incluso legalmente, disponer de una cuenta corriente propia o trabajar sin el permiso del padre o del marido. También vimos que nuestras aulas universitarias se llenaban de mujeres cuando la universidad se hizo alcanzable para todas las clases sociales. Y que la libertad era una palabra que se conjugaba en los mismos términos, esencialmente, para todos los géneros.
Si el 8 de marzo de 1857 las trabajadoras salieron a la calle con el lema “Pan y rosas” reivindicando una equiparación salarial y que se regulase el trabajo infantil, vemos que algo hemos evolucionado, pero que aún no está todo hecho. Porque la realidad se muestra tozuda en algunos ámbitos. Nadie discute hoy que las capacidades de las mujeres son imprescindibles para mantener las fuerzas productivas, para desarrollar la investigación o para dirigir el mundo. Sin embargo, existen diferencias en la ocupación de puestos técnicos y directivos que, además, se traducen en salarios más bajos que los de los hombres. Situaciones que aún se hacen más llamativas en el entorno rural, donde la mujer en muchas ocasiones no es siquiera cotitular de las explotaciones.
Quizás nos centramos demasiado en el final de la batalla, todos tenemos claro que queremos conseguir la igualdad, pero nos olvidamos de algo fundamental: las bases. La educación se gesta en las familias, en los grupos afectivos y en los entornos académicos. Pero la educación de género se da sobre todo en la familia y en los círculos próximos. Y ahí es donde debemos incidir para que lo demás siga su flujo natural hacia una igualdad real.
No podemos educar de forma distinta a niños y niñas, no debemos permitir roles de inferioridad o de control en relaciones adolescentes y no debemos tener prejuicios si lo que buscamos es una equiparación sin matices. De poco le sirve a una mujer ser una estupenda ingeniera si en su vida personal siguen los roles de sumisión o sigue siendo la máxima responsable de los cuidados.
Hemos de enseñar a nuestros hijos a ser compañeros, a desarrollar sus talentos con libertad, a tratar a todos con respeto y a eliminar de su vocabulario y actitud cualquier forma de discriminación.
Las vocaciones técnicas llegarán a las mujeres si no les quitamos la idea de la cabeza en cuanto se muestran hábiles con los números, la planificación o la visión espacial. Empecemos la igualdad desde casa, continuemos en las escuelas y en el mundo laboral y apoyémosla en la legislación.
Las mujeres que este año componen nuestra sección “Con nombre de mujer” han encontrado obstáculos, pero se muestran satisfechas con su trabajo aunque reconocen que, a pesar del largo trecho recorrido, no está todo hecho. Una legislación que ya no convierte a la mujer en un “activo laboral susceptible de baja por maternidad” sino que corresponsabiliza a los progenitores en su papel de padres y permite que ambos desarrollen su carrera por igual es, sin duda, un paso importante.
Pero queda mucho para ver una equiparación entre hombre y mujeres en los puestos de decisión y ahí se desperdician habilidades y visiones diferentes que nos permitirían avanzar también de otra manera en este mundo cada vez más incierto y que requiere también de un pensamiento lateral, una perspectiva diferente. Porque, como decía Rosa Luxemburgo, no hablamos de una igualdad de homogeneización sino de “un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”. Mantener nuestras diferencias humanas, en un marco de igualdad de derechos y oportunidades, siendo todos libres, sigue siendo, más de un siglo después, nuestro objetivo.
En un mundo tan complejo como el que se está fraguando en estos días no podemos prescindir de nadie que pueda aportar conocimiento, trabajo, generosidad, ilusión, honestidad y empuje. Para seguir avanzando hay que contar con todos, en igualdad y con respeto a las diferencias, en un mundo libre.