Cristóbal Aguado: “La fake news del campo”

Cristóbal Aguado, presidente de AVA-Asaja, relata en este artículo como la agricultura no escapa al fenómeno de las fake news

Los tratados con países terceros sin reciprocidad perjudican a la agricultura mediterránea. / ARCHIVO

Cristóbal Aguado (*)

La irrupción de Internet y las redes sociales ha disparado el fenómeno de las fake news, es decir, de las noticias falseadas o sesgadas que, mediante una calculada desinformación, tratan de engañar al receptor final para lograr sus fines. La agricultura no escapa a esta tendencia y, aún más lamentable, se ha convertido en la diana de unos dardos envenenados que llegan desde la propia Comisión Europea.

Así entendemos el estudio que el Centro Común de Investigación (JRC en sus siglas en inglés) de la Comisión lanzó la semana pasada con el objetivo de hacer creer que los acuerdos comerciales que van a seguir suscribiéndose con terceros países supondrán una balanza positiva en el sector agroalimentario europeo. El informe evalúa dos escenarios: uno ambicioso (liberalización total de los aranceles del 98,5% de todos los productos y reducción parcial de los aranceles del 50% para los productos restantes) y otro más conservador (liberalización total del 97% y reducción arancelaria del 25% para los demás). Las previsiones de Bruselas son muy optimistas porque en ambos casos plantean un aumento mayor de las exportaciones que de las importaciones agroalimentarias.

Es de muy poca vergüenza jactarse de estas ventajas si, al mismo tiempo, se esconde debajo de la alfombra toda la retahíla de problemas que el desenfrenado flujo de mercancías provoca sobre la rentabilidad de los agricultores y ganaderos europeos. El estudio no tiene en cuenta la falta de reciprocidad en materias tan sensibles como el uso de materias fitosanitarias o la mano de obra infantil, lo que abre las puertas de nuestro mercado a alimentos producidos en unas condiciones de competencia desleal o dumping social que, en muchos casos, se solapa con la producción europea que sí cumple las máximas garantías y lógicamente la desplaza aprovechando su menor coste.

El estudio también se pasa por el forro el deficiente y no garantista sistema de control de plagas y enfermedades. La combinación de más patógenos y de menos soluciones está resultando letal a pie de campo y dispara el desperdicio alimentario con la pérdida de miles de toneladas. Europa seguirá siendo un colador mientras no aplique medidas encaminadas a lograr una óptima especialización y coordinación de los controles fitosanitarios de la UE y no establezca inspecciones en los países de origen, entre otras demandas del sector, tal como imponen potencias como Estados Unidos a los demás.

Por dejar fuera, el estudio incluso reconoce que no contempla los efectos medioambientales ni las iniciativas relacionadas con el Pacto Verde, como las estrategias ‘De la Granja a la Mesa’ y Biodiversidad. Parece increíble pero Bruselas se supera a sí mismo en cinismo e hipocresía. O sea, cuando toda la política agraria europea está condicionada por la sostenibilidad, el respeto al medio ambiente, la lucha contra el cambio climático, cuando en las instituciones no se mueve un dedo sin priorizar la madre naturaleza, ahora resulta que las previsiones agroalimentarias de los próximos años se saltan ese pequeño detalle. Hay maneras y maneras de manipular una idílica bonanza económica, pero esta resulta especialmente inmoral.

Eludir todos estos aspectos elementales interpone una distancia insalvable entre la opinión que se redacta en los despachos de Bruselas y la cruda realidad que se vive en las explotaciones agropecuarias. Leyendo este informe parecen irreales las movilizaciones del sector en vísperas de la pandemia reclamando unos precios dignos, parecen de otro planeta los jóvenes que no quieren incorporarse al campo, parecen mentira las tierras que se dejan de cultivar. Y, en cambio, es esto lo que está sucediendo. Las fake news están en el estudio opaco, sesgado e interesado que, por pura casualidad, es el mismo que la Comisión quería oír.

Los tratados sin reciprocidad de Vietnam, Sudáfrica o Mercosur (este último solo defendido por el ministro es- pañol Luis Planas frente al rechazo de Francia, Países Bajos o hasta sus socios de gobierno en Madrid) se encarnizan especialmente con la agricultura mediterránea. Sí, esa misma que, por otra parte, cada vez tiene más dificultades para acceder a mercados fundamentales como Rusia, Estados Unidos y ahora el Reino Unido.

Al igual que resulta imprescindible poner orden en la cadena alimentaria para acabar con los abusos comerciales, por muchos informes que nos pongan en la mesa es innegable la necesidad de poner orden en los acuerdos comerciales que atañen a un ámbito tan esencial como es la alimentación. Todo convenio con países terceros debe obligar a cumplir las mismas exigencias sociales, ambientales o fitosanitarias que Bruselas reclama a los productores europeos.

Ningún tratado debe permitir la entrada de producción foránea con aranceles reducidos mientras haya disponible producción europea de calidad. Toda importación debe recibir un exhaustivo control en origen y en la puerta de entrada europea para evitar la entrada de nuevas plagas y enfermedades. Ningún acuerdo debe ratificarse sin el consenso del sector agrario y sin un estudio de impacto. Estas son las demandas reales de las personas que vivimos en el campo. No se pregunten después por qué se despueblan grandes zonas rurales y nos les sorprenda que muchos agricultores seamos cada vez más euroescépticos. Menos fake news y más precios justos.

(*) Presidente de AVA-Asaja