El director de Asucova, Pedro Reig, habla sobre la importancia de la distribución alimentaria como un sector estratégico necesario

Pedro Reig afirma que el 97,6 % de la población valenciana tiene un supermercado en su municipio, “lo que convierte a nuestro formato en la más capilar de la región”. / Asucova
Pedro Reig (*)
En la Comunitat Valenciana, ir al supermercado no es un mero gesto cotidiano: es participar en una cadena de valor que sostiene más de 50.000 empleos directos, de los cuales más de 30.000 forman parte de nuestra asociación. Hablamos de un sector intensivo en mano de obra—más del 80% de nuestras plantillas tiene contrato indefinido y la mayoría son mujeres—que aporta estabilidad, formación continua y proyección de carrera a miles de familias. Cada tienda es, además, un dinamizador del pequeño comercio que le rodea, vertebrando barrios, pueblos y ciudades.
Ese arraigo se traduce en proximidad: el 97,6 % de la población valenciana tiene un supermercado en su municipio, lo que convierte a nuestro formato en la más capilar de la región. Frente a modelos basados en la automatización o el teletrabajo, el supermercado sigue apostando por la atención presencial, la especialización en frescos y la formación en nuevas competencias digitales. Esa combinación explica que seamos uno de los primeros empleadores para jóvenes y mujeres y que sigamos necesitando talento cualificado en logística, tecnología y seguridad alimentaria.
Más allá de su peso económico, la distribución alimentaria es una infraestructura crítica: sin supermercados operativos, la vida cotidiana se detiene. Garantizar que los lineales permanezcan abastecidos durante todo el año exige presencia física continua (reponedores, carniceros, pescaderos, responsables de frescos y cajeras que no pueden teletrabajar). Esta realidad demanda un marco laboral propio que reconozca nuestro carácter esencial, facilite la amplitud horaria y la flexibilidad operativa—turnos, nocturnidad, festivos—y, a la vez, asegure condiciones dignas, formación y conciliación. Una legislación adaptada a este valor estratégico permitiría atraer talento, reducir la temporalidad y dotar de estabilidad a quienes hacen posible que los hogares coman cada día.
Cuando la sociedad se ha enfrentado a sus momentos más delicados—la pandemia de la Covid-19, la DANA de 2024 o el reciente apagón eléctrico del 28 de abril—el supermercado ha respondido con rapidez y responsabilidad. Durante la DANA, nuestras tiendas reabrieron en cuestión de horas gracias al esfuerzo de los equipos y a la coordinación con proveedores y transportistas. En el apagón, los grupos electrógenos mantuvieron operativas las plataformas logísticas y garantizaron la cadena de frío, mientras las tiendas con SAI pudieron seguir atendiendo al público. Es en esos momentos sin luz ni certezas cuando el comercio de proximidad demuestra su verdadero valor social.
La experiencia nos confirma tres lecciones. Primera: toda la cadena alimentaria debe ser considerada servicio estratégico en toda legislación de emergencia. Segunda: necesitamos protocolos únicos y compartidos con la Administración que clarifiquen rutas de transporte, prioridades de suministro y comunicación a la ciudadanía, evitando compras de acopio que tensan innecesariamente la cadena. Tercera: hace falta una mejor coordinación administrativa que agilice autorizaciones, modulando la avalancha normativa que hoy soporta el comercio—3.000 normas vigentes sólo a nivel estatal—y que eleva costes y precios. Pedimos, en suma, coordinación institucional y velocidad de respuesta: la logística no espera.
Ante cada contingencia hemos aplicado manuales de buenas prácticas: refuerzo de seguridad privada, planes de evacuación, horarios flexibles para las plantillas, uso de grupos electrógenos portátiles y reenrutado de flujos logísticos desde otras plataformas. Particularmente delicada es la gestión de productos frescos. Gracias a los sistemas de información en tiempo real y a acuerdos con agricultores y centrales hortofrutícolas, logramos priorizar las entregas críticas—lácteos, carnes, frutas y verduras—minimizando mermas y garantizando trazabilidad y temperatura controlada incluso cuando las carreteras están cortadas.
Todo este despliegue sería imposible sin el agricultor. Más del 90 % de nuestros proveedores de frescos son de origen nacional, buena parte de ellos de explotaciones valencianas con las que firmamos programas de compra estables y de larga duración. Pero nuestro compromiso con el cliente nos obliga también a cubrir la demanda de frutas y verduras cuando la estacionalidad española no lo permite: importar no es competir con el campo local, sino completar su oferta y evitar que los consumidores se vean forzados a renunciar a una dieta saludable y variada.
La distribución y la producción agraria comparten más objetivos que diferencias: sostenibilidad, rentabilidad justa y seguridad alimentaria. El supermercado puede y debe ser el mejor aliado del agricultor, comprometiéndose a contratos estables, innovación conjunta y reducción de mermas. A cambio, pedimos a las Administraciones que reconozcan nuestra función estratégica, homologuen protocolos de crisis y promuevan un marco regulatorio que incentive la inversión, la digitalización y simplificación burocrática. Sigamos, pues, cultivando juntos—campo y distribución—un futuro donde cada familia encuentre un supermercado cerca de casa, cada agricultor un socio fiable para sus cosechas y cada Administración un aliado leal para proteger lo que más importa: la seguridad alimentaria y el bienestar de nuestra sociedad.
(*) Director de Asucova
Acceso al artículo de opinión en la página 8 del dossier de Grandes superficies y Supermercados en el ejemplar de Valencia Fruits.
Acceso íntegro al último ejemplar de Valencia Fruits.