El Valle de Ricote: un oasis de agricultura centenaria llamado a ser protegido por la FAO

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El Valle de Ricote o “valle morisco” es un oasis en mitad de una de las regiones más áridas y con mayor déficit hídrico de España

El río Segura es el centro de vida del Valle de Ricote. / ÓSCAR ORZANCO

Virginia Vadillo. Efeagro.

El singular paisaje del Valle de Ricote, en la Región de Murcia, es fruto de siglos de tradición agraria: hace del río Segura el centro de vida de sus habitantes por unas infraestructuras de riego que han mantenido intactas durante cientos de años, y es firme candidato a convertirse en Sistema Importante del Patrimonio Agrícola Mundial (SIPAM) de la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura.

El Valle de Ricote o “valle morisco” es un oasis en mitad de una de las regiones más áridas y con mayor déficit hídrico de España, consecuencia de siglos de una historia agrícola que se basa en el aprovechamiento de los escasos recursos de agua disponibles a través de acequias, azudes, presas, norias y aceñas, y que han formado un paisaje espectacular y único en los seis municipios que integran la comarca: Abarán, Blanca, Ojós, Ricote, Ulea y Villanueva del Río Segura, con una población total de unos 25.000 habitantes.

Esa peculiaridad ha convertido a la zona en una candidata a la citada figura de protección de la FAO, puesta en marcha en 2002 y de la que gozan en Europa once enclaves agrícolas habitados por comunidades que viven intrínsicamente ligadas con el territorio, con sus tradiciones de cultivo y con su paisaje.

Un oasis entre áridas sierras 

Joaquín Martínez Pino, representante del Comité Nacional Español del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS), que asesora al Gobierno murciano en la promoción de la candidatura, destaca que en el valle “todo está condicionado por el Segura”, y sus habitantes han preservado unos usos y costumbres que han convertido la zona en un auténtico oasis entre áridas sierras y zonas de difícil acceso.

La imagen del oasis, de hecho, es la primera que viene a la mente al ver el paisaje que configura, por ejemplo, el municipio de Ojós, el de menor población de toda la Región de Murcia, con algo más de 500 habitantes. A las escarpadas montañas que rodean el núcleo de población y que crean un paisaje rocoso, marrón y seco, les sucede un fértil valle cuajado de naranjos y limoneros entre los que sobresalen, aquí y allá, inmensas palmeras que parecen rozar el cielo y que traen reminiscencias del origen árabe de la zona.

El ruido del agua es una constante en las 2.000 hectáreas que forma el valle: la del Segura, que baja con fuerza partiéndolo en dos, pero también la que discurre por el entramado de acequias, que suman decenas de kilómetros y riegan las parcelas, la mayoría de ellas, minifundios que sus propietarios cultivan para el autoconsumo o para generar ingresos adicionales a otras actividades económicas.

Como casi todo en esta zona, la división de las tierras se mantiene también inalterable desde hace siglos, pasando de generación en generación y guardando, en la mayoría de los casos, los parcelamientos originales que se establecieron en la Edad Media y que se miden, no en hectáreas, sino en tahúllas (1.118 metros cuadrados).

Unas 40 norias documentadas 

Pero si hay un elemento característico de esta zona que ha pervivido a lo largo del tiempo esas son las norias: la Dirección General de Patrimonio de la comunidad autónoma tiene documentadas unas 40, pero solo 8 de ellas son funcionales en la actualidad. A estas imponentes ruedas se suman innumerables vestigios de esta ingeniería hidráulica centenaria: aceñas (norias de menor tamaño que eran tiradas por animales), azudes (pequeñas presas para desviar el agua), brazales (subcauces de las acequias de menor tamaño)… todo ello, en uso a día de hoy.

El “riego a pie”

Y ello, a pesar de que el sistema, denominado “riego a pie”, supone una gran implicación y un trabajo constante del agricultor, como explica José Lozano, de 76 años, que ha dedicado toda su vida a la agricultura y la ganadería y vive en la casa en la que nació su madre, en Ojós.

A diferencia del riego por goteo, que se conecta y no requiere de más supervisión, el riego a pie consiste en inundar el terreno, bancal a bancal, abriendo y cerrando compuertas de las acequias y brazales, por lo que el agricultor debe permanecer en el terreno.

El relevo generacional es cada vez más difícil y muchos se ven obligados a abandonar las tierras: Lozano ha dejado de cultivar hortalizas porque no encuentra, dice, quien le ayude a cavar el terreno en condiciones. Y, como un círculo vicioso, cuanto menos se trabaja la tierra, más empeoran sus condiciones: “Cuando sembrábamos, en el invierno, se regaba y ya podíamos pasar un mes, dos meses sin regar más. Ahora la tierra, como ya no se usa, no filtra bien el agua, y hay que regar mucho más”, lamenta.

Con la dificultad añadida de que el agua, con el cambio climático, escasea cada vez más. Las acequias, rememora, bajaban “llenas hasta arriba”, en ellas lavaban las mujeres e incluso se bañaban en verano. Una de esas mujeres que recuerda haberse bañado en las acequias es Hortensia Bermejo. Sus abuelos y sus padres se dedicaron toda su vida a la agricultura, una actividad que complementaban con la ganadería, un horno de pan y dulces y otra de las industrias que floreció en la zona a raíz del desarrollo agrícola: la de la conserva.

Ni Bermejo ni Lozano han oído hablar nunca de la figura SIPAM, pero lo tienen claro: todo lo que sirva para proteger esos usos tradicionales será bienvenido porque, aseguran, la única forma de no perder el sistema hidráulico ancestral es mantenerlo funcionando.

Para las Consejerías de Agricultura y Turismo de Murcia, impulsoras de la candidatura, se trata de una oportunidad “muy atractiva no sólo como política agrícola y económica, sino como política de patrimonio cultural, que debe contribuir a la conservación del sistema agrícola e hidráulico histórico, forjador de toda una cultura singular, y también a su valorización”.