La difusión de noticias falsas, bulos y titulares sensacionalistas (posverdad) entre los consumidores preocupa al sector alimentario en España, tradicionalmente reacio a comunicar y que observa con temor cómo la desinformación se propaga cada vez con más rapidez, sobre todo a través de las redes sociales
Han dado la voz de alarma representantes de la propia industria alimentaria, la administración pública, la sociedad científica y el periodismo en el marco del Salón Alimentaria. En clave interna, fuentes del sector reconocen desde hace meses que observan con inquietud esta corriente, si bien existen dudas sobre cuál es la forma más efectiva de hacerle frente.
Bajo el concepto “fake news” se hace referencia a un fenómeno más amplio: la moda de supuestas dietas “milagro”, falsos mitos sobre algunos alimentos, exageraciones que desvirtúan las alertas sanitarias o la creciente fobia a todo lo vinculado con los procesos químicos son sólo algunos ejemplos.
La mayor parte de ellos no son nuevos y ya existían desde hace años, aunque ahora se extienden más rápido vía Internet.
“La desinformación es la situación que más preocupa actualmente a las autoridades alimentarias y sanitarias, tanto por la magnitud del problema como por la dificultad para ponerle coto y por sus consecuencias en el consumidor”, advierte un informe elaborado por el departamento de Asuntos Públicos de la consultora Llorente y Cuenca al que ha tenido acceso Efeagro.
El documento, que recopila los principales desafíos legislativos para el sector de cara a 2020 y redactado tras consultar “distintas fuentes gubernamentales y parlamentarias”, señala que la famosa “posverdad” también ha llegado “con fuerza” a la información nutricional.
“El Gobierno considera que debe actuar, pero aún desconoce cómo”, se puede leer en el estudio, que analiza en detalle los principales retos en esta materia.
Uno de los focos se sitúan en el etiquetado, ya que “varios grupos parlamentarios” estudian la adopción de modelos que indiquen de forma más clara los productos con altos índices de azúcares, calorías y grasas saturadas -como ocurre con el llamado semáforo nutricional-.
Desde Llorente y Cuenca también han detectado que cada vez son más las iniciativas en el Congreso y el Senado que piden una normativa de obligado cumplimiento para la publicidad infantil, en contraste con la autorregulación actual.
Además de los bulos relacionados con la alimentación, los autores del informe citan la existencia de un debate sobre la responsabilidad de la industria por cometer “excesos” a la hora de publicitar los supuestos beneficios de algunos productos, por lo que consideran altamente probable la aprobación de medidas legislativas.
En este sentido, los catedráticos Abel Mariné y Buenaventura Guamis señalaron durante sus intervenciones en Alimentaria que la industria es parcialmente responsable de que el ciudadano medio vincule etiquetas como “sin gluten” o “sin lactosa” -inicialmente dirigidas únicamente a personas con alergias- como más saludables.
“Los expertos hemos dicho muchas veces que los afectados por este tipo de intolerancias son en torno a un 1 % de la población (…). Es una técnica de marketing”, lamenta Mariné, en cuya opinión la clave es formar mejor a un consumidor que habitualmente cree aquellas informaciones que refuerzan sus creencias previas.
“Hay que criticar la tendencia de la industria y del mercado de contemplar al consumidor como un enfermo, cuando la mayoría están sanos. Por eso no hace falta que compren productos sin colesterol o sin lactosa”, tercia Guamis.
Desde la gubernamental Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (Aecosan), su vocal en Comunicación, Juan Julián García Gómez, aboga por contestar esa desinformación con “evidencias científicas”.
Asimismo, defiende el “estrecho” trabajo desarrollado junto a los fabricantes de alimentos en momentos de crisis como cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó un informe que desaconsejaba el consumo de carne roja por el riesgo de cáncer.
La mayoría de expertos coincide: hoy la seguridad alimentaria está en los niveles más altos de la historia. ¿El reto? Cómo hacérselo ver al consumidor.