El sector denuncia que la vertiente medioambiental de la sostenibilidad ha ganado peso, relegando la parte económica y social a un segundo plano
Julia Luz. Redacción.
Cuántas veces al día escuchamos o leemos la palabra sostenibilidad? ¿Quién no ha oído hablar, al menos una vez, de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) establecidos por la ONU? La teoría es sencilla. Lograr satisfacer las necesidades del presente sin comprometer las de las futuras generaciones. Cómo llevarla a cabo y conciliar el crecimiento de la economía, el respeto al medioambiente y el bienestar social, sin embargo, es bastante más complejo.
El equilibrio de estos tres pilares resulta fundamental para que podamos hablar realmente de sostenibilidad. Ahora bien, en los últimos tiempos la vertiente medioambiental ha ganado peso, relegando las otras dos dimensiones a un segundo plano.
Si bien en el sector agrario el tema ambiental viene muy a colación, no tener en cuenta la parte económica y social puede provocar el efecto contrario al deseado: un sistema alimentario insostenible. En palabras de Tomás García de Azcárate, vicedirector de estudios de Economía, Geografía y Demografía en el IEGD-CSIC, “no habrá una agricultura verde en números rojos”.
Pero ¿cómo pueden los productores y las empresas del sector asegurarse de que su actividad sea sostenible y, al mismo tiempo, contribuir a la viabilidad del sector agroalimentario en su conjunto? O, mejor dicho, ¿cómo ser sostenible a la vez que rentable?
Aunque esta tendencia por establecer modelos productivos más sostenibles parece fruto del panorama actual, en el sector agrario no es ni una moda ni una novedad
Aunque esta tendencia por establecer modelos productivos y alimentos más sostenibles parece fruto del panorama actual, en el sector agrario no es ni una moda ni una novedad. De hecho, técnicas como la producción integrada, los protocolos de organización y rotación de cultivos, la agricultura de precisión o la lucha biológica —todas ellas recogidas bajo el Código de las Buenas Prácticas Agrarias— llevan ya bastante tiempo incorporadas en la actividad agroalimentaria.
En este sentido, la innovación y la tecnología resultan indispensables. Y no solo a nivel de campo, también en el resto de la cadena agroalimentaria. Automatizar y optimizar los procesos en los almacenes de confección, buscar nuevos modelos de transporte menos contaminantes, reutilizar y reciclar materiales, implantar controles de calidad y trazabilidad, reducir el desperdicio alimentario… El sector lleva años inmerso en un profundo proceso de transformación encaminado a establecer un sistema agroalimentario más seguro, sostenible y rentable.
En esta misma dirección van las estrategias y las directrices marcadas por la Unión Europea. Y, siendo sensatos, nadie puede estar en contra de proyectos que busquen fomentar la sostenibilidad social, medioambiental y económica. Sin embargo, estas estrategias —como el “Pacto Verde” y “De la Granja a la Mesa”— se han aprobado en Europa con objetivos ambiciosos que, según acreditadas voces del sector, no están basados en análisis rigurosos sobre las limitaciones productivas que pueden provocar o las consecuencias que puede tener, por ejemplo, la propuesta de Reglamento de uso sostenible de productos fitosanitarios. Presentada por la Comisión Europea el pasado mes de junio, esta normativa prevé una reducción del uso de plaguicidas de un 50% de aquí a 2030 y del 20% en el uso de fertilizantes, sin que se haya evaluado de forma exhaustiva las consecuencias sobre el tejido productivo comunitario al no contar con alternativas viables.
Esta es una de las principales denuncias del sector, ya que el problema es que cuando hablamos de sostenibilidad medioambiental siempre se olvida el coste social y económico que van a tener estas medidas, aludiendo a que adaptar el tejido agroalimentario a este modelo de producción sostenible implica realizar cambios profundos en la estructura interna del mismo y en sus procesos, algo que, muchas veces, requiere una gran inversión difícil de asumir en estos momentos de crisis sin poner en peligro la rentabilidad.
“No se nos pueden exigir más requisitos y obligaciones medioambientales con cada vez menos dinero”, reivindican los agricultores a través de los sindicatos agrarios que, además, advierten que el sector atraviesa actualmente una crisis sin precedentes marcada por los conflictos geopolíticos y sus consecuencias, el aumento de los costes, la escasez de materias primas y la inflación.
Y ante estos problemas, asociaciones como FIAB o AECOC reclaman que “las regulaciones sobre sostenibilidad deben ser compatibles con la competitividad de las empresas”, y fuentes del sector postcosecha piden “menos trabas y más agilidad para implantar nuevas tecnologías, que son las que permitirán cumplir con muchos de los requisitos medioambientales”.
La faceta ambiental de la sostenibilidad no puede imponerse a la rentabilidad económica de las empresas del sector ya que, de ser así, el sistema alimentario global estaría abocado al fracaso
La apuesta por un modelo sostenible se ha convertido actualmente en una prioridad para la Unión Europea, y el sector agroalimentario también está de acuerdo, como ya lleva haciéndolo desde hace muchos años, en avanzar en esta línea. Pero, teniendo en cuenta la perspectiva global con la que debe considerarse la sostenibilidad, la faceta ambiental no puede imponerse a la rentabilidad económica de las empresas y entidades del sector puesto que, de ser así, el mismo sistema alimentario global estaría abocado al fracaso. Lo mismo ocurre si no se cuenta con la perspectiva social en la misma medida. Por ello, en este nuevo paradigma donde la sostenibilidad se impone a todos los niveles, el sector se enfrenta a numerosos retos y desafíos, y en esta situación emerge la imperiosa necesidad de que tanto las distintas administraciones, como los productores y las empresas, entiendan y afronten el reto que supone la sostenibilidad en su sentido integral, como un modelo respetuoso con el medioambiente, rentable y social.
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