Editorial de Valencia Fruits tras la DANA
Editorial.
La vulnerabilidad del ser humano y de sus estructuras sociales frente a la naturaleza ha vuelto a quedar de manifiesto. Los centenares de muertes que ha causado la DANA que vivimos la semana pasada son la cara más dolorosa e irrecuperable de una tragedia en la que las pérdidas van a ser casi imposibles de cuantificar.
Hemos oído y oiremos durante semanas acusaciones en uno y otro sentido para intentar culpabilizar a una u otra Administración de este desastre devastador. Y, como hemos dicho en otras ocasiones, es precisamente en situaciones tan extremas y extraordinarias cuando lo que hay que sacar es lo mejor de todos para encontrar soluciones (a lo que es recuperable) y buscar métodos para que lo que parecía imposible no vuelva a ocurrir ahora que ya sabemos que sí, que puede pasar.
El horror de la muerte y la destrucción en lo que eran nuestros hogares, nuestros campos, nuestras empresas, nuestras escuelas… tienen que ponernos frente al verdadero problema: la organización urbanística, los planes correctores, la gestión de las emergencias y la planificación de riesgos tienen que dejarse siempre en manos de técnicos especialistas. Un equipo interdisciplinar realmente operativo, con presupuesto y capacidad de gestión, en el que los mejores expertos preparen planes de emergencia, con las infraestructuras pertinentes, que las administraciones sólo tengan que gestionar si el riesgo se materializa.
Algo que parece tan obvio (y que en otro tipo de desastres naturales ya se gestiona, con éxito, de esta forma) se transforma luego en lo que no debería en el momento en el que ya ha sucedido la tragedia. Un desastre inmanejable cuando se hace patente que a veces sucede lo imposible. Muerte, dolor y destrucción.
Hemos visto en estos días a muchos de nuestros gestores públicos más interesados en lanzar barro sobre el adversario que luz sobre la tragedia. Está claro que llegará el momento de las responsabilidades, sumándole el imprescindible objetivo de que no vuelva a ocurrir nada similar. Pero este es el momento de la acción, de la ayuda a las personas que han visto hundirse en el lodo todo lo que tenían. Algunos hasta la vida.
El dolor, la rabia, la desesperación de los afectados (y todos lo somos en alguna medida en la Comunidad Valenciana, también en Andalucía, Aragón y Castilla-La Mancha) se entienden, pero nunca deben dar paso a actuaciones violentas que deslegitiman peticiones sensatas y razonables en medio de este caos y destrucción.
Es tiempo de actuar unidos para ayudar a todas las víctimas. Primero a los que han perdido a sus seres queridos. Después, a proveer de lo necesario a las personas para que puedan recuperar su vida diaria. Arreglar las infraestructuras para recuperar esa normalidad que aprendimos a ansiar durante la pandemia. Y reemplazar los bienes perdidos para seguir adelante como sociedad.
Lo imposible, como decíamos, ya ha pasado. Y las casas, los coches, los campos, los colegios, las empresas… con otras formas y en algún momento (que hemos de pelear por que sea próximo) volverán.
Cuando eso suceda, llegará el tiempo de la reflexión y de la planificación preventiva. Leíamos estos días lo que habrían costado las actuaciones previas sobre el barranco del Poyo para haber evitado la riada y resulta una cifra irrisoria frente a la destrucción y muerte. Esperemos que esta y otras ramblas y ríos se gestionen aportando todos los medios necesarios para que Magro, Júcar, Turia, Albaida y otros cauces no vuelvan a arrastrar las vidas de los españoles.
Y cuando hayamos asegurado lo humano, queda la economía. Las personas que han visto como todo lo que poseían lo arrastraba una corriente violenta y destructora se irán rehaciendo, por supuesto que sí, y ahí estaremos todos para ayudarles. Pero más allá de la ayuda con la que la sociedad española ejemplarmente se ha volcado (donaciones, comida, ayuda directa en las zonas afectadas…), después, hay que garantizar que esas personas tengan un medio de vida. Generar trabajo, riqueza y prosperidad.
Decían estos días que más del 90% de las empresas de la zona se han visto afectadas hasta el punto de no poder abrir. En realidad, el sentimiento es que todas las empresas valencianas lo hemos sufrido en alguna medida porque gran parte de los habitantes de las zonas afectadas acudían a otros municipios (especialmente la capital) a trabajar. Y a 11 de noviembre sigue sin haber una solución de transporte que cubra la desaparición de las líneas de cercanías y metro ni la destrucción de miles de coches y kilómetros de carreteras. Las infraestructuras van arreglándose, pero lo que se destruyó en una tarde tardará semanas, incluso meses, en recuperarse al 100%.
Dentro de las pérdidas, el campo ha perdido en algunas zonas cultivos, caminos y la capa de suelo fértil que garantiza el futuro agronómico de esta tierra. En este número prácticamente monográfico de Valencia Fruits hablaremos de lo que hasta hoy se sabe. Porque las dimensiones de lo ocurrido son tales que hasta cuesta cuantificarlo. Trabajo, esfuerzo, optimismo y medios. Es lo que nuestro sector necesita para seguir con solvencia al frente de este motor económico y social.
Muchos de los compañeros nos hemos visto afectados por lo sucedido. Vivimos fuera de Valencia y, aunque tenemos la suerte de no haber perdido a nuestros seres queridos ni nuestros hogares, sí hemos perdido vehículos y los medios de transporte con los que habitualmente acudimos a la redacción. Hemos conseguido reorganizarnos y, también gracias al gran esfuerzo de proveedores que se han visto muy afectados, pero han puesto todo de su parte para hacerlo posible, esta semana recuperamos la edición con este número especial que nunca hubiésemos querido tener que publicar.
En medio de la desolación, sólo nos queda el consuelo de la solidaridad. De esos puentes llenos de, sobre todo, jóvenes que han dejado atrás el estigma de la denominación de “generación de cristal” para convertirse en el verdadero apoyo en medio del barro de los que lo han perdido todo. Una generación de hierro. Tampoco olvidamos las imágenes de de los camiones y camiones de ayuda y voluntarios procedentes de toda España.
Va a ser un proceso largo, van a ser muchos días, semanas, meses, años para la reconstrucción total de una sociedad herida, dolida e indignada. La impotencia por lo vivido y la incertidumbre por el futuro sólo pueden salir adelante con planes realistas, generosos y eficientes. Las cifras millonarias que se barajan estos días tienen que gestionarse de la mejor forma posible para que llegue pronto el día en el que, otra vez, la nueva normalidad llegue a las decenas de poblaciones afectadas. Quedará, siempre, llorar a las víctimas, pero en lo demás la sociedad ha de dar la talla para aportar todo lo necesario, en la forma que se precise, para seguir adelante, para avanzar para que los cientos de miles de afectados recuperen sus vidas y, aunque hoy parezca aún imposible, la ilusión.
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