La ciencia es “políticamente incorrecta”

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Se insiste en reducir los pesticidas y al mismo tiempo se ponen trabas al desarrollo de sistemas como la edición genómica, que es el método más prometedor para poder conseguirlo

Desde la agricultura mediterránea nos hemos quejado frecuentemente de la incomprensión que genera nuestro modelo productivo en la Europa central. Releer la entrevista ahora publicada por El País al director de la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), el austríaco Bernhard Url, le hace pensar a uno sobre lo injusto de generalizar. El primer responsable de la entidad oficial dedicada a asesorar a la UE sobre riesgos alimentarios bajo criterios científicos, rompe esquemas. El titular de la información lo dice todo: “Lo orgánico no es ni más seguro ni más nutritivo”. No es ni la primera ni será la última vez que se destaca tal cosa, pero puesto en su boca la cita tiene un plus de credibilidad.

Los mercados citrícolas no han escapado de esta moda. La producción ecológica de naranjas, mandarinas o limones ha venido creciendo al calor de una demanda cierta por parte de los consumidores. Se han realizado apuestas empresariales importantes y el modelo continúa en crecimiento, pero convendría poner las cosas en su sitio y dejar de vender panaceas, estas sí, insostenibles. Porque, por mucho interés y respaldo oficial que hayan despertado, el desarrollo de estas producciones —que eliminan el recurso a los productos de síntesis para controlar plagas y enfermedades— no ha terminado de cuajar en la citricultura. Sí lo ha hecho, por razones agronómicas evidentes, en otros cultivos hortícolas o permanentes como la vid, los frutos secos y el olivar pero no ha alcanzado cifras relevantes en ningún frutal.

No podemos dar la espalda a la agricultura convencional. Podremos trabajar de forma cada vez más sostenible pero difícilmente haremos de la producción ecológica un baluarte definitivo de nuestra oferta porque técnicamente, con las plagas endémicas que padecemos, más las foráneas que venimos importando, no es posible. Ni podemos eliminar los pesticidas —sí reducirlos o rebajar su toxicidad— ni pese al cacareado interés que tanto se manifiesta, el mercado se decide a pagar ese plus necesario para compensar la caída en la productividad que ese modelo bio exige.

Miedos infundados

La agricultura fue durante largo tiempo sinónimo de desarrollo rural y de sana convivencia con el ecosistema. En algún momento perdimos esa batalla. Los argumentos ecologistas viraron del medio ambiente a la seguridad alimentaria. La mayoría de europeos y españoles cree que el principal riesgo de sus alimentos son los residuos de plaguicidas y las sustancias químicas. Paradójicamente, y según el último Eurobarómetro, a menos de la mitad de la población le preocupa el “mayor problema alimentario que afronta Europa —recuerda ahora el director de la EFSA—  que es la sobreabundancia de calorías y la epidemia de obesidad que provoca”. Las intoxicaciones de naturaleza viral o bacteriana —nada que ver con la supuesta presencia de residuos en alimentos— son, sin embargo, la principal amenaza en este terreno pero aparecen mucho más abajo en esa lista de percepciones.

La obsesión por lo bio es más márketing que otra cosa. La gran distribución europea busca satisfacer esa demanda, sana en sus intenciones, insostenible en su planteamiento. A golpe de campañas promocionales y sin atender a circunstancias productivas ni económicas, presionan para incrementar el suministro ecológico de cítricos, reclaman sin mayor respaldo técnico o razón científica alguna el ‘residuo cero’ y de la noche a la mañana buscan eliminar todo rastro de plástico en los envases. Cumplir con todo ello es muchas veces inviable, otras imposible —no existen aún, por ejemplo, materiales biodegradables a precios competitivos— y desde luego no atienden a la necesidad de repercutir en el precio el incremento del coste que tales requerimientos conllevan. Buscando o mejor, vendiendo sostenibilidad, amenazan con frenar el mejor antídoto contra el primer problema real de salud del mundo desarrollado, porque el consumo de frutas y verduras es la solución que todos reclaman para frenar la obesidad.

¿Tenemos un problema de residuos de pesticidas en nuestros cultivos? El director de la EFSA,  lo descarta: el 97% de la comida está por debajo del umbral máximo permitido en la UE —que es el más exigente del planeta— y del 3% restante, en el caso de las frutas y hortalizas, la inmensa mayoría procede de las importaciones de países terceros.

Ciencia vs política

En julio el Tribunal de Justicia Europeo tomó otra decisión contraria a los criterios de la ciencia: consideró todo organismo obtenido mediante mutagénesis (incluidas las técnicas CRISPR) como organismos modificados genéticamente, sometiéndolos por tanto a la actual directiva de transgénicos. Ahora, se ha lanzado un documento de posición respaldado por 85 centros europeos de investigación —incluido el Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias, IVIA— haciendo un llamamiento urgente a los políticos para salvaguardar la innovación vegetal. Los científicos muestran su preocupación por la sentencia, una decisión que podría llevar a una prohibición de facto de las técnicas CRISPR.

Se insiste en reducir los fitosanitarios a un tiempo que se ponen trabas al desarrollo de sistemas como la edición genómica, que es el método más prometedor para poder conseguirlo. El dominio del genoma, la secuenciación y el saber identificar qué fragmento de cromosoma determina qué característica de los cítricos, podría representar una solución a problemas que amenazan la citricultura mundial, como el citrus greening (HLB). Piensen ahora en el cambio climático, en las sequías, en los problemas generados por suelos ex­cesivamente salinos o calizos, en la asfixia radicular provocada por los episodios de gota fría… O considere los principales problemas productivos del sector: vecería, concentración de las clementinas en noviembre-diciembre, clorosis… La edición genómica podría aportar soluciones no transgénicas a todo ello.

Bordils

Vicente Bordils*

(*) Presidente del Comité de Gestión de Cítricos (CGC)