Cirilo Arnandis expone las causas de la pérdida de competitividad que sufren los profesionales del sector agrario español
Cirilo Arnandis (*)
Siempre con la misma cantinela. El “sermón” de las dificultades a las que se ven sometidos los productores agrarios para poder llevar a cabo su labor, de tal forma que puedan ser competitivos, y como consecuencia de ello poder obtener rentas dignas, es considerado en ciertos ámbitos políticos como recurrente y poco consistente.
A fuerza de ser reiterativos parece que el discurso es ya obsoleto y extemporáneo en los tiempos que corren, donde el comercio mundial da oportunidades a todo aquel que es competitivo en un mercado exigente. La globalización permite un acceso mundial, donde todo y todos tienen cabida, y en donde la única cuestión a respetar es ofrecer al consumidor lo que solicita en las condiciones que demanda el mercado. En fin, que nos quejamos de vicio, y que hay que ser más profesionales.
Y puede que no le falte razón a quien opine de esta forma, de ser ciertas las premisas de partida. Pero como vamos a argumentar a continuación, estas cuestiones no son así ni muchísimo menos, debiéndose de reconsiderar la opinión inicial. Así, lo primero que habría que analizar es lo que se entiende por ser competitivos, y una primera definición podría ser la de la situación de las distintas empresas que rivalizan en un mercado, ofreciendo un mismo producto. Coincidirán conmigo en que los encargados de decidir las reglas de juego del mercado en el que deben de competir las distintas empresas, en una sociedad como la nuestra, están cuanto menos obligados a generar un escenario igual para todos, si es que se les quiere imponer la misma exigencia. El problema viene cuando esas reglas de juego no son iguales para todos, pero sí que se exige la misma competitividad y los mismos resultados.
Los productores, y pese a que reiteradamente se nos viene acusando de exagerados o de poco adaptados al mercado, en la búsqueda de ventajas competitivas, venimos anunciando las consecuencias de las políticas que se nos vienen aplicando. Aranceles, riesgos de llegada de plagas de cuarentena, prohibición de productos fitosanitarios y su implicación en la seguridad alimentaria de los consumidores europeos, y ahora las consecuencias de la dependencia exterior en un tema tan crucial como la alimentación, justo en un momento de crisis global, han derivado en contextos en los que no queda más que darnos la razón. Vemos como los aranceles ya son cosa del pasado en Europa, quedando como reductos sin repercusión alguna los existentes, mientras Turquía sigue gravando a los cítricos europeos de modo que es prohibitivo el acceso a ese mercado. Cada vez padecemos más los efectos de plagas de cuarentena y se detectan más envíos procedentes de países terceros con residuos de plaguicidas prohibidos solo en Europa. Y ahora, cuando las materias primas y la logística están por las nubes, ver como son más competitivos los productos que vienen de fuera, al partir de costes más bajos en este escenario de su incremento.
El sector tiene asumido que la medida de interposición de aranceles es algo más ficticio que efectivo, pues los todavía existentes apenas inciden en el mercado, debiendo esperar el periodo estipulado para su eliminación total. Ah, eso sí, todavía tenemos que soportar que, en el caso sudafricano, la entrada en vigor de los exiguos aranceles existentes cobrados a partir del 15 de octubre no toma como referencia el momento de la llegada del buque a puerto europeo, y por tanto frontera comunitaria, sino que también quedan exentos del pago los buques que ya han salido de origen y están en tránsito.
Los aranceles se introdujeron con la idea garantizar la complementariedad de las fechas de producción entre las producciones del hemisferio norte y el hemisferio sur.
“Eminentes economistas hablan ya de fin de ciclo y de cambio estratégico para no depender del exterior, sobre todo en Europa, de productos básicos que puede que ahora, por diversos motivos escasean. Europa está despertando y ya se plantea promover la producción de estos productos. Esperemos que los alimentos sean uno de ellos, legislando y actuando en consecuencia, valorizando en su justa medida la producción propia”
Pero valga el datos para hablar de su efectividad: las importaciones citrícolas europeas procedentes de Sudáfrica en el periodo 2014-2020 se han incrementado un 34,7 % en naranjas y un 184,4% en pequeños cítricos.
En relación con el riesgo de la llegada de nuevas plagas de cuarentena, vemos como el nivel de detección de envíos contaminados procedentes de países terceros, lejos de disminuir, tiende a crecer en la medida que se relaja la actitud de Bruselas.
Distintas organizaciones están sirviendo datos oficiales que sonrojan a cualquiera. Estamos pagando las consecuencias de la entrada del “Cotonet de Sudáfrica” y el insecto vector del HLB lo tenemos llamando a la puerta, a lo que hay que unir la política de Bruselas de retirar materias activas sin saber si hay alternativa eficaz.
De momento, este año, Bruselas sigue sin abrir la boca. Ah bueno, tras el informe demoledor de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), y en el que se constataba la mala praxis de nuestros colegas sudafricanos, al constatarse que en ocasiones ni siquiera aplicaban su plan de trabajo aprobado por Bruselas, no ha quedado más remedio que reconocer que el tratamiento más eficaz en el caso de Thaumatotibia leucotreta, es el tratamiento en frío, tal y como venía exigiendo el sector desde hace ya bastante tiempo.
Si bien hay quien entiende que las plagas afectan solo a los costes de los productores, el tema de la seguridad alimentaria convendremos que afecta a todos los consumidores. Sobre este tema no queda más que suscribir el artículo publicado por Intercitrus, el cual, denuncia la “grave pérdida de crédito de la UE por su pasividad con la seguridad de los cítricos turcos”. Así, hasta final de octubre, se habían detectado 181 envíos procedentes de Turquía con un nivel de residuos de productos fitosanitarios superior a lo permitido, lo que equivalía a un incremento de detecciones del 1500% en relación con las detecciones del 2019, y más del 100% si nos referimos al 2020. Turquía y Egipto acaparan el 90,4% del conjunto de alertas registradas por este motivo (226 de las 250) en el periodo citado, llamando la atención que en el 66% de los casos, las sustancias detectadas eran derivados del clorpirifos. La respuesta de Bruselas fue incrementar el porcentaje de inspecciones, por lo que es bastante probable que seguirán llegando productos contaminados a los consumidores europeos. En fin.
Los productores seguimos incidiendo en el hecho de que la política relajada de Bruselas respecto a las importaciones de países terceros no deja de tener como consecuencia inmediata un efecto llamada. He leído informaciones atribuidas a medios egipcios, en las que se estimaba que las nuevas plantaciones citrícolas existentes en Egipto supondrían un incremento de su producción, en los próximos años, del orden de 1,2 millones de toneladas. De ellas, seguro que algunas tendrán como destino la Unión Europea. Y ya sabemos que cuando Egipto irrumpe en nuestro mercado poco o nada nos queda por hacer a las producciones europeas, pues sus ofertas, atendiendo a su nivel de costes, son imposibles de contrarrestar por nosotros.
Entretanto, por el otro lado, estamos inmersos en un proceso global de incremento de costes, escasez de materias primas y múltiples problemas logísticos. Este escenario también nos afecta, cifrando, según fuentes, el incremento de costes de nuestra actividad en valores próximos al 25%.
Consecuencia inmediata es la subida del precio final al consumidor ya que, según otras fuentes, la cesta de la compra se podría haber incrementado en un 15%, respecto de hace un año, como valor medio. En nuestro caso, y por lo que se refiere al mercado español de frutas y hortalizas, si tomamos el periodo homogéneo enero-agosto de los años 2020 y 2021, el consumo de frutas y hortalizas ha descendido entorno al 7,5%, lo que supone una merma de consumo de 390.000 toneladas, equivalentes a un valor económico de 712 millones de euros.
Nos encontramos ante una encrucijada de posible solución si los poderes públicos se lo proponen. Ante un escenario caracterizado, de una parte, por las ventajas que se les otorgan y de las que gozan nuestros competidores provenientes de países terceros. Y por otra, por el incremento de costes que debe soportar el producto, que los agricultores no pueden repercutir en el mercado. Eminentes economistas hablan ya de fin de ciclo y de cambio estratégico para no depender del exterior, sobre todo en Europa, de productos básicos que puede que ahora, por diversos motivos escasean. Europa está despertando y ya se plantea promover la producción de estos productos. Esperemos que los alimentos sean uno de ellos, legislando y actuando en consecuencia, valorizando en su justa medida la producción propia.
(*) Presidente Frutas y Hortalizas Cooperatives Agroalimentaries